Puerto de Sanitja

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Este es uno de los lugares más abrigados y seguros de la intempestuosa costa de tramontana. El puertecito de Sanitja es largo y estrecho y frente a él se encuentra una pequeña isla que sirve de protección a los furores de Poseidón en invierno.

Sanitja está poseída por la grandeza del escenario natural y la desolación del entorno, sólo habitado por las cabras y una ligera alfombra de hierba verde.Sin embargo, allí duerme una ciudad desaparecida, una villa hundida en la tierra y el mar cuyo nombre fue famoso en todo el Mediterráneo.

El gran cronista romano, Plinio el Viejo, cuando describe las ciudades de Menorca, hace referencia a tres: Jammo (Ciutadella), Magona (Maó) y Sannicera. Incluso Pedro Martel, cuando describe la isla a Jaime I durante la preparación de la conquista por la Corona de Aragón, cita el "Port de Sereyna". El mismo que aparece anotado en el Atlas catalán de 1375 como "Senija". A lo largo de la historia, este lugar ha tenido diversos nombres, dependiendo de los conquistadores que lo han utilizado como ciudad y lugar de embarque: Samnicera, Janissari, Sanisera, Senija, Sanitja…

Los hallazgos arqueológicos revelan que este asentamiento fue fundado seguramente por los fenicios o cartagineses, que lo convertirán en un importante núcleo urbano y marinero, con edificaciones defensivas, templos y necrópolis. La prosperidad de Sanitja se acrecentó con la civilización romana, que mantuvo muy bien comunicado el puerto con Alaior. Los restos encontrados indican que el enclave romano se desarrolló desde la época republicana hasta el siglo VI d.C., siendo abandonado por las posteriores invasiones y piraterías.

No muy lejos de allí, en las alturas de Es Pujol de Cavalleria se encuentra, derruida por un rayo, una taula, como testimonio de que los pobladores prehistóricos también consideraron ese lugar como un templo sagrado. Esta es la construcción megalítica más norteña de la isla y la única taula que se conoce orientada al norte. En su recinto apareció una estatuilla reproduciendo a un Marte guerrero. También encontramos los restos de un muro con forma semi-circular, que pudo ser, según los arqueólogos, un faro dispuesto allí para indicar la situación de los embarcaderos, antecesor del moderno faro que podemos encontrar hoy día.

Actualmente, el visitante puede disfrutar descubriendo los restos de la necrópolis y de diversas casas, testimonios de un pasado de esplendor, así como de la austera belleza del lugar, el primero en la historia geológica de la isla en emerger del mar.


De hecho, toda Sanitja es un paraíso arqueológico por descubrir, tanto los vestigios que pueden observarse actualmente, como los restos que se encuentran en el fondo del mar. El misterio de esta ciudad medio sumergida ha propiciado la creación de mitos y leyendas en torno a este lugar.

Madó Alzina, antigua payesa de Santa Teresa, contó la tradición al investigador Francesc Camps, según la cual la virgen del Carmen existente en el oratorio de esta finca procedía de la antigua ciudad sumergida, Ses Vilotes.

Otra leyenda nos habla de un obispo, que por razones desconocidas fue condenado a muerte. Lo ataron a una cadena y lo arrastraron hasta el fondo del puerto, llamado por ello Es Canal de Sa Cadena. Los antiguos del lugar, afirmaban que un día, labrando las tierras, apareció la cadena que dio muerte al obispo. Nadie sabe hoy donde se encuentra.
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Coordenadas:   40°4'13"N   4°5'17"E

Comentarios

  • Sanitja fue el lugar escogido por el general romano, Quinto Cecilio Metelo, en el año 123 a.C., para establecer una guarnición de soldados que conquistase las Baleares, y de esta manera conseguir de Roma, la fama y la gloria que le daría el sobrenombre de "El Baleárico". A finales del siglo I a.C., veteranos del ejército que decidieron establecer su residencia en Sanitja y algunos habitantes de los poblados talayóticos más cercanos a la costa, debieron levantar las primeras casas en la zona más confortable de la ensenada. En aquel lugar se estableció la ciudad romana llamada Sanisera. La urbe perduró durante seiscientos años.
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